Jorge Ibargüengoitia
Columnista de Vuelta, Proceso y el Excélsior, dramaturgo de un acto y muchas gracias, cuentista (sus relatos fueron recogidos en el volumen La ley de Herodes), mamagallista como pocos, Jorge Ibargüengoitia salpimentó las letras mexicanas entre 1954, cuando apareció su primera obra,Susana y los jóvenes, y 1983, cuando se vino a tierra cerca de Madrid el avión de Avianca en que viajaba, y que también se trajo a tierra a Martha Traba, Ángel Rama, Manuel Escorza y otras 177 personas, entre pasajeros y tripulación.
De sí mismo escribió: “Nací en 1928 (el 22 de enero) en Guanajuato, una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma. Mi padre y mi madre duraron veinte años de novios y dos de casados. Cuando mi padre murió yo tenía ocho meses y no lo recuerdo. Por las fotos deduzco que de él heredé las ojeras [...] Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero: ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara. En ese camino estaba cuando un día, a los veintiún años, faltándome dos para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esta decisión ‘lo que nosotros hubiéramos querido’, decían, ‘es que fueras ingeniero’. Más tarde se acostumbraron”.
En 1964 Monsiváis se le fue encima —bueno, no a él, a sus artículos—, y en la última crítica de teatro que escribió se despidió de él y de sus lectores con estas palabras: “Los artículos que escribí, buenos o malos, son los únicos que puedo escribir, si son ingeniosos [...] es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas, que esto no es virtud ni defecto, sino peculiaridad. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido y quien creyó que todo fue broma, es un imbécil”.
De la castidad y otros malos hábitos
Ante la amable petición de quien tan acertadamente dirige, redacta, forma, etc., esta revista, en el sentido de que escribiera alguna cosilla acerca de los paraísos artificiales, me dirigí al docto Mimí Pinzón, quien me proporcionó el fichero que adjunto a continuación. Dice así:
Alpipsia. Vicio de Alpeps. Consiste en llegar de la oficina a las siete de la noche, o a más tardar al cuarto para las ocho, quitarse los zapatos, el saco y la corbata, guardar todo con esmero y luego, en calcetines, entrar en la cocina y preparar un batido de lo siguiente: soletas, leche condensada, mermelada de zarzamora, un poco de vainilla y tres huevos, se le agrega ron al gusto y luego, se lo toma uno frente a la televisión. Este vicio, como puede verse fácilmente, es de principiantes y de asalariados.
Cenotipia. Consiste en trabajar bombas centrífugas, autosebantes o tractores diesel, sudar copiosamente, caminar una hora antes de llegar a casa, no tener luz eléctrica en la casa, encender un quinqué, quitarse la camisa y los pantalones que huelen a diesel, y ponerse otros medio limpios, pero que no huelen a diesel, llenar una palangana de agua limpia, y lavarse la cara y los brazos con jabón Heno de Pravia, cenar hojas de naranjos y tacos de frijoles con chile, y luego, sentarse en unachaise longe a leer Vogue, Harper’s Bazaar y las obras completas de Eudora Welty.
Cornucopia. Consiste en tener un pleito con la novia a raíz de una discusión acerca de si es conveniente o no comer tortas en los camiones, arrojar siete pesos de tortas por la ventanilla, bajarse en una esquina imprevista, ver cómo se aleja el camión con la novia llorosa, caminar veinticinco cuadras, llegar a casa, poner en el tocadiscos la pieza predilecta de la novia, apagar las luces y acostarse en el piso de la estancia despatarrado, mirando al techo con una mueca de dolor.
Disotermia. Consiste en vivir en pecado con una joven durante tres años, aburrirse de ella, descubrirla cuando un hombre, de preferencia de origen argentino, le besa la mano, comprar un boleto para los ejercicios de encierro del padre Pérez del Valle S. J., pasar dos días levantándose a las cinco de la mañana, bañándose en agua fría, comiendo comida de monjas y haciendo otras mortificaciones, y luego, en un orgasmo de santidad, confesar: “¡Padre, he vivido en pecado!”.
Dipsomanía. Consiste en prometerse uno mismo no tomar copas en dos semanas. Entrar el primer sábado a las doce del día en el Sorrento, encontrarse con media docena de periodistas de segundo orden (cada uno de los cuales se ha prometido a sí mismo no tomar copas en dos semanas), caminar los siete hasta La Universal, saludando gentes en la Avenida Juárez, tomar cuatro cervezas en La Universal, Pagar la cuenta, caminar hasta La Mundial, tomarse otras cuatro cervezas y gastar cuarenta pesos en las rifas de pollos; no sacarse ninguno; organizar una expedición punitiva para ir a comprar tacos, ir a comprar tacos, comerse los tacos con otras cuatro cervezas, pagar la cuenta, caminar hastaAmbos Mundos, pedir ron Castillo, hablar del pecado original y tirar la tercera copa de ron Castillo, despedirse de los que se van, ayudar a vomitar a los que se quedan, hablar de la vida íntima, y del pasado, tirar otra copa de ron Castillo, pagar con un vale, caminar hasta el Caracol, bailar, beber, y luego, después de un pleito con los meseros, dejar empeñadas las plumas fuente y los relojes.
Eupepsia. Consiste en no dar limosnas a los pobres. Es más, consiste en contestarles de mala manera. Por ejemplo: si un niño se acerca a pedir un “quinto para un pan”, se le contesta: “desde luego que no te lo doy, muchachito”. Y se agrega, como para uno mismo: “Desde chiquitos se acostumbran a no trabajar”. A ésos que vienen a pedir trabajo, se les contesta: “¡Pero si usted tiene la cara llena de pústulas!”. A los que vienen de Querétaro y no tienen con qué regresar: “Usted lo que quiere es emborracharse, en su rostro se ven los estigmas de todos los vicios”. A las mujeres que traen receta y no tienen para la medicina: “Vaya a la Cruz Roja, allí todo lo regalan”. A los ciegos que quieren cruzar la calle: “Cómprese un perro de esos amaestrados, hay unos muy buenos”.
Geodesia. Es el vicio de los Magallanes frustrados. Consiste en tener enmarcado un plano de la Ciudad de París del siglo XVIII, beber Pernod de 45 grados, poniendo el hielo primero y teniendo cuidado de que se queme antes de agregar el agua, pasar queso Camambert en una tabla después de la comida, probar el vino y decir “este vino era mejor antes”, comprar un libro que se llama Europe Gourmand y dejarlo olvidado arriba de una consola, y discos de Katyna Ranieri y “la Piaff”, y luego, en momentos de intimidad, decir a los amigos:; “si Dios me socorre, el año que viene llevaré a los niños a que conozcan el mar”.
Godonia. Es un vicio femenino. Consiste en leer las obras completas de Eric Fromm y luego, ir descubriendo rasgos femeninos en el marido, que es un orangután; en decirles a los amigos neurasténicos, que no saben amar; en hablarles a las amigas embarazadas de Jonás y la Ballena; en rechazar amistades por “negativas”; en descubrir en sí misma talentos para la poesía y sentirse frustrada ipso facto; en cambiar de peinado cada quince días; en sentir la vida vacía, y luego, en una borrachera, romper una puerta de un puñetazo.
Megapopsis. Consiste en haber tomado Chabils hace cinco años y mencionar el hecho cada vez que se juntan más de cuatro personas; en mezclar en la conversación las aventuras de Carlos (Fuentes), Elena (Poniatowska) y Jaime (Torres Bidet); en recordar vívidamente los detalles de aquella noche sublime en que Serge Lifar inventó el mambo; en conocer a la perfección los hábitos sexuales del Megaterio y del Leviatán y en admirar los sombreros de Jackie. Los adictos a este vicio acostumbran pasar temporadas de un mes en Toluca y platican que estuvieron en Bermudas.
Misticomanía. Consiste en leer el Manual de quiromancia sentado en el excusado, en voltear tazas de café turco, en quedarse absorto contemplando la propia mano, en hacer expediciones a la Colonia Nápoles para consultar a una cartomanciana; en comprar en la Librería Francesa los doce libros de Barbault; en decirles a los amigos que no son del signo que se imaginan, sino de otro mucho más desagradable; en encontrarle a la gente parecido con Lord Robert Baden Powell, e insultarla; en no lavar los platos y decir “es que soy Picis”, o romper la piñanona y decir “es que soy Aries”, o matar al gato y decir “es que soy Cáncer”; en tomar la mano de la recién llegada y decirle “Veo en tu mano que no sabe usted vestirse”, o la del recién llegado y decirle: “Veo en su mano que es usted muy atractivo sexualmente”; o decirle a un hombre: “Tú me vas a amar, yo soy bruja y lo siento en la punta del estómago”.
Positiluxia. Consiste en saber todas las respuestas sin haberlas aprendido; en estar avergonzado de tener casa propia; en comprar un Volkswagen en abonos, y un refrigerador en abonos; en decir la frase: “el sistema bancario mexicano es el agio legalizado”; en abrir una lata de jamón jaleado de $80.00, acordarse entonces de los menesterosos de la India, y comerse el jamón de mala gana; en ir a la representación de las Brujas de Salem; en decir al plomero que en México priva la injusticia y obligar a la criada a recitar Pipa pases para solaz de la concurrencia.
Todos estos vicios están debidamente comprobados, catalogados y sancionados por la Academia de la Lengua, el Instituto de Investigaciones Escatológicas y el Colegio de Cardenales. Esta publicación y yo en particular, nos hemos hecho acreedores de toda clase de bendiciones, agradecimientos y loas por haberlos dado a conocer como lo que son, poniendo de esta manera un hasta aquí a su propagación y ejercicio entre personas ignorantes y distraídas.
Lo fusilamos de: revista S.NOB, n° 7, 15 de octubre de 1962, pp. 11-12. Edición facsimilar, México, Conaculta y Editorial Aldus, 2004. Gracias a Mario Jursich por mostrármela y prestármela.
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